Un portón grande de madera noble daba paso a un enrejado negro de cuidada artesanía que entre sus garabatos me hacía imaginar mil y un laberintos.
Daba igual a la hora que entráramos, si era de día, el techo del zaguán forrado de cristaleras de colores, proporcionaban a la estancia bonitos tonos dorados que avisaban de la llegada de la primavera.
Los muebles que la decoraban formaban un remolino de estilos diferentes que no por eso restaban buen gusto a sus inquilinas. El suelo, de mármol blanco reluciente daba muestras de amas exigentes en su cuidado, las paredes forradas de azulejos copados de dibujos geométricos en tonos azules y las distintas macetas de geranios rojos, jazmines y hierbabuena, el alegre toque de patio andaluz. Tanta variedad de colores me hacían desear esa visita que casi todas las semanas hacíamos mi tía y yo a casa de las hermanas de su difunto marido. Cuando íbamos de tarde y el sol había dejado paso a la luna, las estrellas se reflejaban en los platos de metal dorado que colgaban de la pared.
Las dueñas de la casa, tres “cuñadas” muy amables nos hacían sentar en un sofá algo descolorido por el paso del tiempo, pero que no había perdido su incomodidad, y ante una mesita de color caoba con tapa de cristal, nos servían un delicioso jerez para la tía y un pequeño vaso de “casera” para mí. Todo en su respectiva bandeja plateada sin una pizca de sombra opaca y sobre un tapete blanco con puntillas de encaje almidonado.
Las “cuñadas”, siempre de negro o morado al igual que mi tía, lucían trajes impecables aunque pasados de época, medias negras de seda y una sonrisa en sus rostros que nunca dejé de ver en todas las veces que aquellas señoras tuvieron a bien recibirnos.
Pero había algo en aquella casa y en aquellas sonrisas que hasta que fui mayor no pude reconocer y que la admiración de niña no me dejó percibir, la tristeza.
Mientras que yo me dedicaba a saborear mi vaso de casera y a imaginar cuentos de palacio, viendo tanta maravilla junta dentro de una casa, mis siete añitos no me dejaban ver cómo mi tía y sus cuñadas al mismo tiempo que hablaban dejaban de vez en cuando verter una lágrima provocada por los recuerdos que afloraban, y cómo tras esas sonrisas que me dedicaban, sus ojos llenos de tragedia intentaban recorrer los días sin que esa tristeza saliera de aquel idílico lugar.
Así y todo, el buen carácter de las mujeres les permitía a veces bromear para conseguir distender un ambiente que dramáticos sucesos del pasado ya cargaban de por sí. Para no hacerme aburrida la estancia entre aquellas maravillosas paredes, las cuñadas y mi tía solían contarme anécdotas de sus “años jóvenes”, para mí eran momentos de gloria, disfrutaba al máximo escuchando esa historias y a ellas les servía para “curar” un poco sus almas. Las risas, sobre todo la mía, porque ellas eran unas señoritas y se reían para adentro, resonaban en aquel patio haciendo que el eco chocara contra la porcelana y el metal de la decoración, y entonces con un ligero ¡psss! llamaban mi atención para al momento hacerme volver a la compostura adecuada.

Un día nos encontramos con que las cuñadas tenían otra visita, era una chica esbelta, de modales exquisitos y movimientos etéreos, tendría unos diecinueve años, al instante de conocerla comprendí que podía ser un gran rival para mis planes de emparentar con la realeza. Nos la presentaron como una sobrina afincada en Barcelona, y que estudiaba en una prestigiosa escuela para señoritas, estaba claro que si empezó como yo, le habían ido muy bien las enseñanzas de las cuñadas. Prometí que a partir de ese día ejecutaría paso a paso todas las normas que quisieran imponerme.


Ahora, mirando hacia atrás y trayendo esos bonitos recuerdos a mi memoria, comprendo el porqué cuando mi tía y “las cuñadas”, unas por la edad y otras por enfermedad fueron dejando este mundo, notaba como si un trozo de mi niñez se hiciera adulta de pronto y las princesas y los jardines dejaran de existir, se volatilizaran.
FIN
Escrito por: Carmen Franco (Club de Letras de la Uca y Revista Spéculum)
Fotos: extraidas de la web.
Querida amiga,
ResponderEliminares un orgullo ser amiga de una escritora como tú!
Me gustan tus relatos, son apasionantes.
¿porque no reservas los derechos de autor?
he disfrutado paseando por la casa de la calle fontana...
besos
Muchas gracias Pury, para mi también es un honor contar contigo. Sabes?, quizás pueda pensar en publicar algo, sería un sueño cumplido. Te quiero.
ResponderEliminarCarmen
Hola, algodonete. Es para felicitarte por tu blog y desearte toda clase de parabienes en todo cuanto emprendas.
ResponderEliminarMe encantó el relato así como la manera que tienes para cautivar la atención del respetable y que amamos el cuento corto. Enhorabuena.
Gracias Josep, aunque un poco tarde estoy dando rienda suelta al sueño de mi vida que es escribir, me alegra tenerte como lector. Un saludo.
ResponderEliminarCarmen