viernes, 19 de junio de 2015

ENAJENACIÓN MENTAL







¡Maldito niño!- decía por lo bajo el conductor del autobús, mientras un niño de unos cinco años y sentado sobre la falda de su madre en el asiento situado directamente detrás del sufrido chófer, daba golpecitos con una cuchara en la barra que separaba a ambos.

La madre, que sonreía y charlaba con la vecina del 5º que también venía del mercado, subió en la primera parada y su meta era la última, ¡y el niño con los golpecitos!. Aún quedaban cuatro, ¡y el niño con los golpecitos!...tres... ¡ y el niño sigue!...dos... ¡tranquilízate Paco que ya queda menos!- musitaba el hombre enrojecido ya por la desesperación... una,.. ¡por fin!.

La progenitora del susodicho personajito dijo a la vecina: ¡anda, ya se me olvidaron los melocotones!, ¿te vuelves conmigo al mercado y así nos damos otro viajecito en el autobús?, a lo que la vecina asintió encantada.

Paco, con las venas de la frente a punto de reventar, bajó del autobús y tras colocarse en medio de la autovía, dejó que un todo terreno que iba a más de ciento cuarenta se lo llevara por delante.

Una nota en el periódico del día siguiente, titulaba: “ El conductor de un autobús se suicida sin motivo aparente”


Autora: Carmen Franco Sánchez

Imágen descargada de Internet (www.imagui.com)



lunes, 15 de junio de 2015


EL INICIO



Adelaida se sentía una niña feliz, sus padres la adoraban y disponía en su corta vida, siete años, de todo aquello que pudiera desear. Gustaba de que su padre la llevara a pasear al parque, allí daba de comer a las palomas o montaba en su bicicleta.

Un día , después de que la mamá le hubiera puesto a ella un bonito chándal rosa regalo de la abuela, se dirigieron a “La Rosaleda”.
Como era habitual en sus salidas al parque, primero entraban paseando mientras Adelaida caminaba junto a su bicicleta, pero éste día era distinto. Frente al banco desde donde su padre solía observar cómo ella daba de comer a las palomas oyó risas, y fijó su atención en un grupo de niños que sentados sobre la yerba y en corro, leían libros. Con mirada interrogadora dirigió sus ojos hasta su padre, que comprendiéndola, sin palabras, hizo un gesto de aprobación y que Adelaida aprovechó para dejar caer todas las migas de pan al suelo , y salir corriendo hacia donde se encontraban los niños.
Nadie se distrajo, era como si ella fuera invisible, pero no, alguien, una niña, la más cercana a Adelaida, alargó su pequeño bracito, puso en las manos de la recién llegada un libro en cuya portada se entremezclaban dibujos llenos de colores y continuó con su lectura.



Adelaida siguió yendo al parque con su padre, luego ya mayorcita a solas, y aún ahora que la madurez ha alcanzado su vida, sigue acudiendo cada vez que puede, pero desde aquel día en que se unió a un corro de niños para compartir un libro, sólo lo hace para tras pasear, sentarse en la yerba y leer.






Imagen descargada de Internet

Autora del relato: Carmen Franco Sánchez